lunes, 6 de febrero de 2012

© Y como una puesta de sol…

Él se dedicó a observarla  largo rato.

Llegaba el momento en que debía dirigirle esas palabras; sin embargo su especial condición obligaba que cada una de estas fuera escogida con sumo cuidado.

No se fuera ella a ofender.

No sería fácil convencerla, pensó. Al contrario, solo bastó un movimiento suave, como brisa en tarde de verano para que ella aceptara marchar con él.

La quería, cuánto la quería!... ¿Pero era suficiente?

Cuidó cada detalle para que se sintiera a gusto en su viaje. Su primer viaje.

Sintió verla un poco más pálida de lo habitual, más frágil que de costumbre.Quiso desvirtuar esas señales pasajeras, como muchas de ella. Recordó la vez en que le hizo creer que había caído en un sueño profundo, en coma, con tal de retenerlo a su lado.

Pero hoy no se jugaba el chance. Debía asegurarse llegara sana y salva a su destino.

Él, como nato explorador, había conocido cada rincón conocido, y desconocido, así como sus gentes, desde los seres más humildes de la tierra, hasta los más soberbios. Sus invenciones, ideas, propósitos…

Siendo ella tan vanidosa y orgullosa aceptó contenta de él ese objeto único para su especie que había traído de muy lejos, ella era la primera en probarlo.

Ahora su fragilidad quedaba atrás, sus labios enrojecieron como nunca. Su belleza estaba en su esplendor.

Ese viaje era lo que necesitaba desde hace mucho, pensó. Esa ciudad le parecía ya demasiado pequeña, se decía, incluso maloliente, y disfrutaba el saberse única en sus características físicas e intelectuales, a cientos, quizá, miles de kilómetros.

Le recordaba a alguien, se preguntaba él ansioso, y vacilante unos días antes de decidir partir ¿Pero a quién? ¿Serían sus pies descalzos al danzar como las bailarinas árabes?  ¿O sus profundos ojos como las jóvenes del desierto? No…era toda ella.

Hoy era hora de dejar ese sitio juntos... ¿Pero por cuánto? En otras circunstancias la hubiera llevado más lejos, pero no tenía más opción, ahora podía recordarlo todo, a donde él iba alguien ya lo esperaba.

Luego de muchas semanas de andar los dos, habían llegado a su destino...

Al destino de ella: El jardín de las rosas. Ahora ella era una entre el montón.


***Texto Inédito, inspirado en “El Principito” de Antoine de Saint  Exupéry. Dedicado a Octavio, un Principito de carne, y hueso que hace tres años cayó desde una estrella.